Moneda de Plata.

La circulación de plata en forma de lingotes y trozos de metal como «premoneda» era muy limitada. Los mercaderes (que muchas veces actuaban por cuenta de reyes y templos) los cortaban en trozos más pequeños, que pasaban por el platillo de una balanza cada vez que se hacía un pago o una compra. Varias tablillas procedentes de la ciudad de Mari permiten intuir que los mercaderes que utilizaban lingotes y fragmentos de metal se conocían bien entre ellos y confiaban en sus respectivas reputaciones. De este modo, por el Próximo Oriente y por Egipto circularon premonedas metálicas y «anónimas», metales preciosos sin el respaldo explícito de un poder político.

EN TIERRAS DE LIDIA

La plata y el oro gozaban de múltiples virtudes. Eran posesiones valiosas por sí mismas, que se podían valorar e intercambiar por otros bienes fácilmente; y, a diferencia de lo que pasaba con el grano, no se deterioraban, lo que incrementaba su utilidad para los mercaderes. Su aceptación generalizada convertía estos metales en un medio efectivo para realizar pagos donde fuese. Y aunque el abastecimiento de oro y plata era limitado, de hecho era esto mismo lo que los hacía tan valiosos.

Las regiones que disponían de una fuente de oro y/o plata gozaban de una ventaja económica extraordinaria. Éste era el caso del reino de Lidia, al oeste de Asia Menor (en la actual Turquía), donde vieron la luz las primeras monedas
de la historia. Eran metálicas y, a diferencia de los fragmentos de metal precioso que habían funcionado como premoneda, las respaldaba un Estado: el reino lidio. Estaban hechas de electro, una aleación de oro y plata que se encontraba en estado natural en el monte Tmolo; el río Pactolo, que nacía en esa montaña y discurría por Sardes, la capital de Lidia, transportaba muchas pepitas y granos de este metal.

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